Viajeros: Elena, Sofía, Alfonso y yo
Hospedaje: Hotel Ibis Copacabana (Río), Hotel Farol da Barra (Manaos), Hostal MyM (Jeri), Pousada Aruana (Canoa Quebrada), Pousada Rivas (Pipa), Ambar Pousada y Che Lagarto (Bahía)
Días: 15 días
Transporte: Avión, lancha, 4×4 con conductor y coche de alquiler
Ciudades: Río de Janeiro, Manaos, Jericoacoara, Canoa Quebrada, Pipa, Olinda y Salvador de Bahía
Fecha: agosto de 2015

Volamos con Iberia de Madrid a Río de Janeiro, con la mala suerte de que nos tocó un avión antiguo y bastante incómodo. Al llegar al aeropuerto lo primero que hicimos fue sacar reales brasileños de un cajero. No todos los cajeros en Brasil nos permitían sacar dinero, muchos mostraban un mensaje de error. El tipo de cambio estaba en: 3,89 euro/real.
Fuimos en taxi al que iba a ser nuestro hotel en Río, el Ibis Copacabana y en el que la recepcionista intentó timarnos. Los taxis amarillos desde el aeropuerto internacional de Galeao hasta Copacabana salen por unos 55 reales cogiéndolos por libre en la puerta del aeropuerto. Los taxis de compañías privadas son más caros.
Esa noche, después de dejar las cosas en el hotel y descansar un rato, quedamos a tomar una cerveza y cenar con un amigo español que vive en Río. Cenamos en el restaurante La Garota de Ipanema, en el barrio de Ipanema. Es muy recomendable comer en este restaurante que además de ser histórico por ser donde Vinícius de Moraes compuso en 1962 la canción que lleva el mismo nombre que el restaurante (en aquella época era el Bar Veloso). Comimos picanha, un corte de ternera que sirven a la piedra acompañada con farofa (harina de mandioca tostada con bacon y huevo), pico de gallo, patatas fritas y arroz (65 BRL = 15 €).

Día 1: Río de Janeiro
Después de desayunar en un puesto de la calle un batido llamado Guaracaí (guaraná y açaí), de aspecto extraño pero muy dulce, fuimos a la recepción del hotel a esperar que nos recogiera un autobús turístico que nos haría un tour por los puntos más interesantes de Río.
Aquí es cuando una recepcionista del hotel intentó jugárnosla, diciendo que no había plazas en el bus pero que podíamos hacer el mismo tour, por el mismo precio, con un guía que conocía, para nosotros 4 solos. El tour con el bus costaba 220 BRL por persona, e incluía visita al Corcovado y Pan de Azúcar con entradas incluidas, traslado para ver Maracaná, las escaleras de Selaron, la moderna catedral de Sao Sebastiao, el Sambodromo, un par de miradores más y la comida incluida en una churrasquería. El intento de estafa vino, cuando después de acordar que el tour sería exactamente igual que con el autobús y pagar al guía los 220 BRL por persona, llegamos al Corcovado y nos dijo que la entrada que costaba 35 BRL no estaba incluida y que la del Pan de Azúcar de 65 BRL tampoco. Después de mucho discutir, pasar un momento desagradable y perder media mañana conseguimos que nos devolviera el dinero y poder ver Río por nuestra cuenta. Gran parte de culpa de este intento de estafa la tuvo la recepcionista del hotel que se llevaba 200 BRL de comisión y no nos ayudó en ningún momento ni tampoco se disculpó cuando llegamos al hotel por la noche.
Cristo del Corcovado
El Corcovado es espectacular, más que por el cristo en sí, por las magníficas vistas a la ciudad y selva que la rodea. Eso sí, es recomendable evitar ir en fin de semana porque está hasta los topes de turistas y locales.

Para bajar del Corcovado, como no teníamos guía, cogimos una furgoneta que baja a grupos de gente a un punto concreto por 20 BRL/persona. Desde el sitio en que nos dejó la furgoneta fuimos en taxi al Barrio de Santa Teresa, un barrio de moda con muchos bares y restaurantes. Comimos en un restaurante buenísimo llamado Bar do Mineiro, pedimos Feijoada, Carne do Sol y Caipirinhas que no podían faltar, todo por 77 BRL/persona (18 €).
Después de comer dimos un paseo por Santa Teresa en dirección a la Escandaria do Selarón. El barrio es muy bonito y en mi opinión muy seguro, no tuvimos ninguna sensación de peligro.

La escalera, ideada por el chileno Jorge Selarón en 1990, está decorada con numerosos azulejos procedentes de distintas partes del mundo que la gente le enviaba. La verdad es que está muy chula, y se ha convertido en uno de los iconos de Río.
La historia de Jorge Selarón es muy triste, y en cierto modo, representa la parte oscura y que da tan mala fama a Brasil. Resulta que un antiguo colaborador del artista en la decoración de la escalera, le pidió/exigió parte de los ingresos del artista por la venta de cuadros, lo que éste denunció a la policía pues se sentía amenazado. Y efectivamente, su miedo no era infundado, en 2013 su cuerpo apareció calcinado.

Habíamos quedado con mi amigo Fernando para ver la puesta de sol desde Arpoador, que se encuentra en el extremo este de Ipanema. Por desgracia llegamos tarde y no pudimos disfrutar de la que por lo visto es una de las mejores puestas de la ciudad. Hay que tener muy controlados los tiempos en Río, teniendo en cuenta el abundante tráfico.
Por lo menos pudimos darnos un chapuzón en la playa de Ipanema y disfrutar de una bonita vista, aunque el sol se hubiera puesto. Como estábamos cansados de tanto andar, comer y beber, decidimos ir al hotel a echar un cabezadita antes de salir a cenar. El resultado fue que mis tres compañeros de viaje se quedaron fritos y yo quedé a cenar con mi amigo de Rio y una amiga suya en Galeto de Copacabana (R. Júlio de Castilhos, 33 – Loja A) donde se come un buen Galeto ao Molho (pollo al grill con mojo).


Día 2: Río de Janeiro
Nuestro segundo día en Río no podía empezar de otra forma que haciendo footing por la playa de Copacabana como todo buen carioca. En Río de Janeiro el culto al cuerpo está a la orden del día y la zona de Copacabana se llena de gente haciendo deporte. De hecho la playa está repleta de campos de futbol y volley playa.
Intentamos desayunar en el restaurante del Fuerte de Copacabana, porque me lo habían recomendado tanto por el desayuno como por las vistas a la bahía, sin embargo cierra los lunes. Por tanto, desayunamos en un bar de zumos de los que tantos hay por Brasil.
Con toda la pérdida de tiempo con el “guía” del día anterior no nos había dado tiempo a ver una de las principales atracciones de la ciudad: el Pão de Açúcar. Así que cogimos un taxi y allí fuimos. En comparación con el Corcovado que habíamos visitado en domingo, no había prácticamente cola para entrar, lo que se agradeció mucho para poder disfrutar de las vistas.

Después de pasar bastante tiempo en la cima del Pão de Azucar, amortizando la entrada, nos entró hambre y decidimos volver al barrio de Santa Teresa a probar un restaurante que recomendaban las dos guías que llevábamos (Rough Guide y Lonely Planet), el Sobrenatural, que sirve comida tradicional baiana. Pedimos Coco do Surubim, que es un pescado con platano, batata y salsa de coco acompañado de arroz con nueces, y una Moqueca de Cherne (mero de roca). Estaba todo buenísimo y salimos rodando, porque hay que decir que en Brasil los platos no son pequeños que digamos. Eso sí, fue uno de los restaurantes más caros en los que comimos en el viaje, aunque estaba muy buena la comida nos costó unos 100 BRL por cabeza (unos 23 €), que no está nada mal comparado con los precios que pagas en cualquier restaurante de Madrid.

Ya que estábamos en Santa Teresa, y dado que nos gustaba tanto paseamos por el barrio parando en distintos miradores y en un local a tomar una cerveza.
Esa tarde salía nuestro avión a Manaos, por lo que fuimos al hotel a recoger nuestras cosas y al aeropuerto. El vuelo de Río de Janeiro a Manaos tardó unas 5 horas, haciendo escala en Brasilia durante hora y media, y nos costó 70€ con TAM.
Día 3 a 6: Manaos y Amazonas
Llegamos a Manaos a las 23:12 de la noche. Teníamos reserva en el humilde Hotel Farol da Barra (Rua Luiz Antony, 307) que costó 100 BRL. La oferta hotelera en Manaos no es muy allá, y este hotel aunque fuera bastante cutre, estaba limpio y nos facilitaron el transporte desde el aeropuerto. La siguiente foto muestra las vistas al barrio en el que se encontraba nuestro hotel.

Según nos habíamos informado en Manaos tampoco hay demasiado que ver, exceptuando el edificio de la ópera, que tan solo vimos por fuera pero que si hubiéramos tenido más tiempo me habría gustado ver el interior.
Lo que a nosotros nos interesaba era vivir una experiencia inolvidable en el pulmón del planeta, y para ello teníamos contratado 3 días/2 noches en la selva con Antonio Jungle Tours: http://www.antonio-jungletours.com/
Esta empresa, de un brasileño de la zona llamado Antonio, cuenta con un lodge a la orilla del oscuro río Urubu, afluente del Río Negro. El lodge cuenta con bungalows privados y una opción más económica consistente en una espaciosa zona techada común con dos filas de hamacas y taquillas para guardar tus cosas. Nosotros optamos por la segunda opción al considerarla más interesante y favorable a nuestra economía. El paquete que cogimos con Antonio Jungle Tours consistió en lo siguiente:
- Recogida en el hotel y viaje en autobús durante tres horas hasta un embarcadero al noreste de Manaos.
- Viaje de una hora en lancha por el río para llegar al Lodge. Por el camino paramos a ver delfines rosas.
- Descanso en el lodge, con baño en el río.
- Salida en canoa para pescar pirañas, las cuales cenamos después.
- Salida en canoa durante la noche para ver caimanes.
- Madrugar para ver el amanecer desde una canoa en el río junto a los delfines.
- Caminata por la selva con los guías para enseñarnos las plantas utilizadas por los nativos y bichos de la selva.
- Caminata de 2 horas por la selva para acampar y pasar la noche entre los árboles.
Este pack de 3 días/2 noches nos costó 720 reales por persona.

El tour está muy bien, la experiencia es inolvidable aunque se hace algo dura debido al calor y la humedad. Los guías son magníficos y muy simpáticos, nosotros estábamos en el grupo de Francisco y su ayudante Marcelo y sólo tenemos buenas palabras sobre ellos. La comida que ofrecen en el lodge es muy variada y buena, además tienes la oportunidad de comer piraña y otros pescados del río Amazonas como la piraiba.
Si lo que buscas es ver mucha fauna, como monos, jaguares, tapires, etc, este no es el viaje indicado. El Amazonas es enorme y es muy difícil encontrar mamiferos, que por lo general huyen del hombre. Lo que si es más fácil encontrar son insectos y anfibios. Las tarántulas gigantes y peludas están a la ordendel día.

De las caminatas por la selva nos enseñaron el árbol del que se extrae el yodo, otro del que se obtenía una sustancia parecida al famoso vicks vaporub y que tenía el mismo olor. También nos enseñaron uno de los árboles de mayor importancia en la historia de Manaos: seringueira. De este árbol se extraía el caucho natural y propició una gran expansión industrial de Manaos a finales del siglo XVIII y principios del XIX, hasta que se llevaron el cultivo al sudeste asiático y la competencia empezó a hacer mella en la industria del Amazonas. Otro de los interesantes árboles que se encuentran en el Amazonas es uno cuya resina usaban los nativos para prender antorchas.
Una de las experiencias más bonitas que hicimos fue el levantarnos a las 5 de la mañana para ver el amanecer desde unas canoas en el río. Este es el mejor momento para poder ver defines de río.


En este río, aún sabiendo que albergaba caimanes y pirañas, nos dijeron que podíamos bañarnos, y con el calor y humedad que hacía era difícil resistirse, incluso para los más reticentes como Elena y Alfonso. También teníamos a nuestra disposición unas cuantas canoas con remos para dar una vuelta a nuestro aire. Cuando cogimos una de estas canoas y nos pusimos a remar empezó a diluviar de lo lindo, y la verdad que estuvo muy divertido el intentar volver a toda prisa con una gran descordinación entre los cuatro.

La experiencia nocturna en medio de la selva estuvo muy divertida. Después de un par de horas caminando desde el lodge selva a dentro, llegamos a un punto estratégico cerca de un riachuelo. Este lugar fue elegido por la disposición de una serie de árboles, que nos permitieron montar nuestras hamacas para pasar la noche.
Una vez montamos las hamacas con sus respectivas mosquiteras, gracias a Dios, nos preparamos para cenar. Francisco y Marcelo trajeron pollo y arroz, que cocinaríamos en una fogata. Como no teníamos cubiertos, nos enseñaron a hacer cucharas de madera con los machetes. Estas cucharas aún las uso en mi cocina para hacer arroz o pasta.

Esa noche, antes de dormir, pudimos ver ranas enormes y arañas-escorpión. A la mañana siguiente nos enteramos, que alguna italiana que venía en el grupo escuchó el gruñido o rugido de un puma, que también escucharon los guías. A la chica le dio una especie de ataque de pánico y los guías se quedaron toda la noche con ella manteniendo el fuego encendido.
Después de pasar la noche en la selva y tomar un desayuno de banana verde asada, bollitos de pan y fruta cortada, tocaba volver al lodge, a darnos un último baño en el río Urubu, recoger las cosas y volver a Manaos. Salimos del lodge a las 15:00 después de comer por última vez a orillas del río Urubu, y llegamos a Manaos a las 18:30.
Tras la fabulosa pero extenuante experiencia amazónica, tocaba ir a relajarse a la costa noreste brasileña.
Día 7: Jericoacoara
Una vez llegamos a Manaos por la tarde, nos duchamos y cambiamos en las oficinas de Antonio Jungle Tours, después cogimos un taxi al aeropuerto donde cogeríamos un vuelo a Fortaleza a las 2 a.m. La idea era dormir en el avión para llegar a Fortaleza a las 6.15 a.m. y aprovechar el día.
Nada más llegar a Fortaleza contratamos un conductor en 4×4 para que nos llevara a Jericoacoara. Hay varias formas de llegar a este paraíso del viento, contratando un conductor en 4×4 como hicimos nosotros, en autobús, o alquilando un coche. No quisimos alquilar coche pues para entrar en Jeri, hay que desinflar un poco las ruedas y atravesar varios kilómetros de dunas, donde se te puede quedar atrapado el coche fácilmente. Por motivos de horarios y que la diferencia de precio era ridícula, nos decidimos por el conductor en vez de por el bus. Después de unas 4 horas de viaje por carreteras bastante malas y por la playa llegamos a Jeri.

En Jeri teníamos un hostal reservado desde España, llamado MyM, propiedad de un español. El hostal estaba bastante bien, las habitaciones eran modestas pero limpias, y estaba bastante bien situado. Como habíamos pasado la noche en el avión y después casi 5 horas en un 4×4, nuestros compañeros de viaje se tomaron una siesta, mientras Elena y yo nos dábamos un paseo por el pintoresco pueblo. Las calles de Jericoacoara son de arena blanca, ya que el pueblo está situado en mitad de una duna. El ambiente es una mezcla entre hippie y surfero, pues este es un paraíso para los kitesurfistas y windsurfistas.

El resto del día lo pasamos paseando por sus calles de arena blanca y cenamos en un restaurante cercano a nuestro hostal. Un lugar que recomiendo para tomar una copa tranquila es el Bar Caravana, que estaba muy chulo.
En Jeri hay que estar muy atentos a la llegada del atardecer, pues es de obligado cumplimiento ir a la gran duna de la izquierda del pueblo, para ver ponerse el sol desde su cima.

Día 8: Jericoacoara
Desayunamos en el hostal MyM, y nos fuimos directos a la playa. Como nuestro plan no era hacer ni kite ni windsurf, en vez de ir a la playa principal decidimos ir a la de al lado, Praia Malhada (Playa moteada) que supongo que se llama así por las rocas que hay en ella.
Aunque hubiera rocas en algunos puntos, es una playa más apartada y discreta y no tienes la molestia de tantos kiters. Además en esta playa entran mejores olas que en la principal, con lo que alquilamos un par de tablas de surf para todo el día por 20€ cada una. Elena decidió aprender, y tras ponerse de pie un par de veces se enfadó con una piedra y le dio una patada, pero ganó la piedra.
Jericoacoara es más un lugar de viento que de olas, por lo que abundaban los kitedurfistas y windsurfistas. De hecho fue a partir de mi visita a Jeri que decidí aprender kitesurf.

Por cambiar un poco la dinámica de mochileros nos dimos un caprichito y comimos en el Hotel Hurricane Jeri, donde se comía muy bien aunque fuera algo más caro. Al comer allí pudimos disfrutar de la piscina con unos cuantos gintonics y, más tarde, de la preciosa puesta de sol.

Ya de noche, estuvimos paseando por el pueblo, mirando tiendas y puestecillos de Jeri, y paseando por sus calles de arena, por las que se encuentran iguanas gigantes. Aprovechamos también para informarnos de como iríamos a Fortaleza a la mañana siguiente.
Cenamos en la Pizzería Araxá, donde más adelante tuvimos que enseñarles a hacer gin tonics, ya que los que nos pusieron fueron en copa de Martini, sin hielo y sin limón, un desastre.
Algo con lo que me quedé con ganas de hacer en Jeri, a parte de kitesurf, fue un paseo en caballo por las dunas. Pero de esta manera, puedo asegurar que volveré, ya sabiendo kite, y para dar ese paseo a caballo. Otras dos cosas que nos quedamos con ganas de hacer, y haremos cuando volvamos fue el paseo en quad a las lágrimas y la excursión en buggy a Tatajuba.
Día 9: Canoa Quebrada
La vuelta de Jericoacoara a Fortaleza la hicimos en bus, por ser la forma más económica. Y no nos equivocamos, los autobuses eran muy modernos, tenían aire acondicionado y asientos cómodos para pasar las cinco horas y media de trayecto. Aunque dentro de Brasil, son ciudades cercanas, estamos hablando de un país inmenso así que hay que pasar muchas horas en la carretera, como descubriríamos ese mismo día. El precio del autobús fue de 80 BRL por persona.
Al llegar al aeropuerto de Fortaleza alquilamos un coche con la compañía Movida. La cual nos decepcionó mucho, no solo por alquilarnos un GPS que estaba totalmente desactualizado y no nos sirvió de nada, sino porque a nuestros compañeros de viaje le copiaron la tarjeta de crédito al pagar y luego intentaron comprar cosas desde Miami. Tuvieron que ser ellos, pues fue el único sitio donde usaron esa tarjeta.

Alquilar un coche como tal, no es demasiado caro en Brasil, lo que subió el precio de forma exagerada fue cogerlo en Fortaleza y dejarlo en Recife. Alquilamos el coche durante 6 días para hacer el siguiente recorrido de casi 1.000 km en total:
- Fortaleza – Canoa Quebrada
- Canoa Quebrada – Pipa
- Pipa – Olinda – Recife
El séptimo día de viaje lo pasamos al completo en la carretera, pues de Jeri a Fortaleza fueron 5 horas y media en autobús, después tuvimos que emplear una hora y media hasta estar subidos al coche de alquiler y después el trayecto hasta Canoa Quebrada, que al descubrir que el GPS no estaba actualizado y perdernos varias veces, fue una odisea bastante larga.

Llegamos a Canoa Quebrada bastante entrada la noche,y eso que queríamos evitar el conducir de noche, por el malísimo estado de las carreteras. Durante el trayecto buscamos hoteles en Tripadvisor y decidimos quedarnos en Pousada Aruana. Habitación para 2 personas 100 BRL/noche.
El hotel tenía buena pinta: las habitaciones estaban bien, piscina, camas balinesas, desayuno decente y recepcionista encantadora. Sin embargo, no lo recomendaría por dos motivos: el primero es que las puertas de la habitación que daban al balcón no encajaban bien por lo que el aire hacía mucho ruido por la noche y aun poniendo toallas en los huecos pasaba el aire y entraban los mosquitos. Por otro lado, en el balcón cada habitación tenía una hamaca, como es típico en Brasil, decidí leer un poco en ella para descansar y salí comido por las chinches.

Esa noche fuimos a la churrasquería El Argentino, que se encontraba en la calle de marcha de Canoa, Rua Dragao do Mar (conocida como Broadway).
Según habíamos leído, Canoa Quebrada es uno de los pueblos costeros con más marcha de la costa, con un ambiente muy local. Es decir, los turistas que van a Canoa suelen ser brasileños en su mayor parte. Sin embargo, como en Brasil no era verano en agosto y los brasileños no estaban de vacaciones nos pilló bastante tranquilo.

Día 10: Canoa Quebrada
Después de pasar una mala noche en el hotel por el viento y los mosquitos, nos fuimos a la playa, no sin antes concertar un tour en buggy para el medio día. Las playas de Canoa Quebrada son de duna, aunque bastante distintas a las de Jeri. Son menos anchas y tienen terreno elevado con tierra más rojiza, lo que hace un contraste de colores espectacular.

Justo antes de comer fuimos a hacer el tour en buggy que previamente habíamos reservado a través de la recepción del hotel. Fue una experiencia divertida, recorriendo las dunas que rodean el pueblo. Hicimos tirolina que acababa en un lago y nos deslizamos en tablas de madera, llamadas skibunda, duna abajo.
Pero el tour tenía gato encerrado, porque en un principio nos dijeron que todas esas actividades estaban incluidas en la actividad contratada, pero al final nos hicieron pagar un extra por la tirolina y la tabla. Nos enfadamos bastante, pues nuestra sensación de que en Brasil intentan timarte por todos lados, no hacía más que aumentar. Aun así, como el extra coste eran unos 5 euros por persona, preferimos pagar y no entrar en una discusión más acalorada de lo normal, que es hacia dónde íbamos. La excursión costó 50 BRL/persona y el extra que nos cobraron 10 BRL/persona.


Algo disgustados, volvimos a la playa para comer en un chiringuito llamado Lazy Days que recomendaba la Lonely Planet, pero no nos gustó demasiado. Lo bueno que tenía el chiringuito era que si comías ahí, al final del día te llevaban en buggy al hotel. El resto del día lo pasamos en la playa, cerca de ese chiringuito.

Esa noche en la calle principal del pueblo nos llevamos el único “susto” del viaje. Después de cenar y de camino al coche para volver al hotel, paramos a sacar dinero en un cajero, dándonos cuenta que había dos hombres siguiéndonos. Llegamos al coche y nos subimos rápidamente, para salir de allí. Uno de ellos se acerco a la ventanilla haciéndonos gestos pero pudimos irnos sin mayores problemas.
Aunque Canoa esté bien, creo que no es comparable a Jericoacoara o nuestro siguiente destino Pipa, los cuales nos gustaron mucho más, por el ambiente y el entorno.
Día 11: Pipa
Nos levantamos pronto, pues nos esperaban muchas horas de coche, en concreto unas 6 horas hasta llegar a Pipa, y además queríamos parar en Galinhos. Como ya he dicho antes, las carreteras en esta parte de Brasil están muy mal y te encuentras grandes socavones en medio de la carretera que podrían destrozar el coche si no los ves. Si al mal estado de las carreteras le sumamos la ausencia de GPS, el resultado es que no conseguimos llegar a Galinhos y decidimos ir directamente a Pipa.

Pipa es una ciudad muy chula, con un gran ambiente y mucho surfista. Nos quedamos en el hotel que sería el mejor del viaje: Pousada Rivas o Arriba Pipa, por 150 BRL la noche por habitación. Las habitaciones estaban bien, pero lo que más nos gustó fue la zona de la piscina y el desayuno, que sin duda le daba tres mil vueltas al de los demás hoteles en los que habíamos estado. En ese desayuno pudimos probar platos típicos brasileños y muchísimos tipos de fruta. Las habitaciones muy limpias y nos proporcionaban garaje para el coche.
Con las vueltas que habíamos dado para llegar a Pipa, era ya bien entrada la tarde, así fuimos a dar una vuelta por las tiendas y bares de la zona. Cenamos en un sitio de comida brasileña, que no era nada del otro mundo y nos fuimos pronto a dormir que estábamos bastante cansados y queríamos aprovechar bien el día siguiente.
Día 12 y 13: Pipa
Las playas de Pipa son como las que ves en las revistas de viajes, arena blanca, agua cristalina y altos acantilados rojizos. Al menos en agosto, que fuimos nosotros, no había casi gente. Si te das un paseo puedes ir a playas en las que estas prácticamente solo. La verdad que esta pequeña ciudad nos encantó, y al igual que en Jeri, me habría gustado estar más tiempo.


Nosotros estuvimos en 5 playas, por orden de preferencia son: Praia de Madeiro, Bahia dos Golfinhos, Playa del Amor, Praia das Minas y Chapadão. Praia de Madeiro era mi preferida porque tenía un rompiente de rocas en la parte derecha donde se formaban buenas olas para surfear. Por un lado era menos salvaje ya que tenía algo de servicios como hamacas, sombrillas, un chiringuito y además te alquilan tablas de surf, pero por otro había unas especies de monos o lemures y delfines.

Bahia dos Golfinhos es una preciosa playa de arena blanca famosa por, como su propio nombre indica, tener muchos delfines. Si bien pudimos ver delfines a unos metros de nosotros, también los pudimos ver en Praia de Madeiro, incluso estando encima de la tabla viendo el atardecer.
Y por último, para alejarse de todo el mundo y tener una playa de arena blanca para ti solo, están, entre otras, Playa del Amor, Praia das Minas y Chapadão. En estas playas por lo visto, van las tortugas a desovar, lamentablemente no lo hacen en agosto. Chapadão tiene un acantilado de color naranja con unas vistas espectaculares. La Playa del Amor es rocosa y entran muchas olas, de hecho dicen que se meten los surfistas expertos. Antes se llamaba Praia dos Afogados (de los ahogados), lo cual lo dice todo.

Aunque estuvimos en todas las playas mencionadas, pasamos más tiempo en Praia de Madeiro, dónde comíamos en un chiringuito de comida aceptable y podíamos alquilar tablas de surf.
En Pipa estuvimos 2 días enteros, es decir 3 noches, entre las maravillosas playas y el buen ambiente nocturno, lo pasamos genial, nos fuimos enamorados de Pipa.
El mejor restaurante al que fuimos, fue uno llamado Tapas, que era tipo fusión española-asiática-brasileña. Si bien el precio era más elevado que lo normal en Brasil, la comida estaba buena y el restaurante estaba hasta los topes. La comida + 2 copas por persona nos salió a 20 euros cada uno. Pipa en general nos resultó barato, y además había mucho ambiente, nada que ver con Canoa Quebrada en esas fechas.
Día 14: Olinda y llegada a Salvador de Bahía
De vuelta en la carretera a las 08:30, habíamos decidido que si no había más remedio que perderse y pasar mucho tiempo conduciendo, empezaríamos temprano. Nuestra idea era visitar Olinda, una pintoresca ciudad a las afueras de Recife, antes de coger el avión destino Salvador de Bahía. Llegamos a Olinda a las 12.30 del medio día, aparcamos cerca de la Plaza do Carmo, y estuvimos caminando colina arriba por sus cuidadas calles. Es una ciudad muy bonita, con casas de colores, iglesias antiguas bastante mal conservadas y unas vistas panorámicas de cuento.

Olinda hay que pateársela desde abajo, hasta llegar al Alto da Sé, desde donde se ve el skyline de Recife y las vistas al mar turquesa. Tampoco es demasiado grande, aunque tiene sus cuestas empinadas. Después de un par de horas paseando, paramos a comer en el Restaurante BonFin, en el que comimos cordero, salmón y una especialidad de la zona: Peixe banana con salsa de coco y puré de patata gratinado, acompañado de gambas y plátano frito, simplemente espectacular. Comimos fenomenal en este restaurante por tan solo 64 BRL/persona.
Después de comer fuimos directos al aeropuerto de Recife para dejar el coche de alquiler y coger un vuelo de 2 horas a Salvador de Bahía.
Al llegar a Salvador, cogimos un taxi hasta Barra, la zona donde queríamos quedarnos. En Barra, fuimos al Ambar Pousada, que tenía buena nota tanto en Booking como en la Rough Guide, pero no nos gustó nada. Las habitaciones estaban sucias, olían a humedad y eran bastante cutres, además había manchas sospechosas en las sábanas y pelos. Como era tarde, nos quedamos a dormir ahí, con la determinación de cambiarnos al día siguiente.
Día 15: Salvador de Bahía
A la mañana siguiente, en Ambar Pousada, el desayuno fue bastante normalito, cuando en la guía lo ponían bastante bien. Tras desayunar, cogimos nuestras cosas y nos cambiamos al hostal Che Lagarto, que aunque también sea una cadena de hostales para gente joven, estaba más limpio y las habitaciones no tenían ese olor a humedad.
Cogimos un taxi hasta el centro de Salvador, y paseamos por sus calles hasta llegar al Pelourinho, antigua plaza donde solían azotar a los esclavos negros para castigarlos. Hoy en día es un símbolo de la lucha y resistencia de los negros. En esta misma plaza se encuentra la Iglesia de San Francisco, con una verja donde la gente ata unas cintas de colores del Señor do Bon Fin. Tienes que comprar una cinta y atártela a la muñeca con tres nudos, pidiendo un deseo por cada nudo. Yo me he tirado más de un año con la pulsera en la muñeca, y no se me ha cumplido ninguno, habrá que seguir esperando.


Nos quedamos con ganas de entrar en la Iglesia de San Francisco, pero se encontraba cerrada. Es una iglesia barroca muy bonita con una decoración en el interior que cuenta con 800 kg de oro. Tiene que ser impresionante por las fotos que vi en internet.
Después de hacernos muchas fotos en esta plaza tan bonita, seguimos paseando por las coloridas calles de Salvador, y nos tropezamos con una banda de música de chicos jóvenes que tenían mucha marcha.


Volvimos a la plaza del Pelourinho para comer en el restaurante Senac, que tiene un buen bufet de comida Bahiana. Aquí pudimos comer caruru, acarajé, maqueca de camarao, sarapatel y maxixada entre otros muchísimos platos.
Seguimos nuestro camino por Rua de Pelourinho, subiendo por la cuesta Ladeira do Carmo, para llegar a Santo Antonio. Por esta zona paramos a tomar un café en la Cafetería Cafelier que tiene unas buenas vistas a la bahía.
Bajamos por un elevador (ascensor) para ver el mercado de artesanía, el cual no merece la pena visitar, a no ser que quieras comprar algún souvenir. Cogimos un taxi de vuelta a Barra por 25 BRL, para ir hasta el faro de Barra y ver la bonita puesta de sol.
Día 16: Salvador de Bahía y vuelta a España
Al día siguiente las dos parejas decidimos separarnos. Mientras Sofi y Alfonso decidieron seguir visitando el centro de Bahía y otras zonas adyacentes, Elena y yo quisimos visitar una playa a las afueras de la ciudad.
Llegar a la playa fue toda una aventura, ya que tuvimos que coger un autobús y una especie de microbús furgoneta, que estaba hasta los topes de brasileños. La verdad que fue una bonita experiencia usar el transporte público sin tener mucha idea.
La playa a la que fuimos se llama Praia do Flamengo y estaba llena de brasileños, nosotros eramos los únicos guiris. Se podía ver a los auténticos domingueros de Bahía.
En esta playa pudimos ver una cosa que no conseguimos en Pipa, ver una tortuga. Era una cría que debía haber salido del huevo hacía muy poco e iba corriendo al agua.

Después de pasar la mañana en la playa y la aventura de vuelta a Barra, recogimos las cosas en el hotel y fuimos al aeropuerto de Salvador de Bahía, para coger un vuelo a Rio de Janeiro donde acabaría nuestro viaje, tomando un último Bob’s Burguer a la espera de coger nuestro vuelo a Madrid.